Causas de la hegemonía priista
México inició el siglo XX con una revolución que significó todo un
cambio político, económico y social, que buscaba transformar el Estado para
lograr mayores oportunidades principalmente para las clases bajas de la
sociedad. México se ha caracterizado a lo largo de su historia por una fuerte
división social y clasista; “El prejuicio social se extendía también a la
situación económica: los que estaban más abajo en la escala racial terminaban
en la parte más baja de la escala económica.” (Ai Camp; 2000:41). Estas
divisiones de clases, se hicieron significativas en la revolución mexicana, ya
que este fue un movimiento encabezado por millares de campesinos, trabajadores
mestizos oprimidos y algunos indios, quienes se unieron en un gran movimiento
social en búsqueda de justicia social (Ai Camp; 2000:41). Sin embargo, a pesar
que la revolución mexicana tuvo como objetivo la búsqueda de mejoras para los
grupos bajos de la sociedad, en la época posrevolucionaria las distinciones de
clases continuaron siendo nítidas, los grupos de ingresos bajos de igual manera
iban a tener una representación escasa no solamente en las funciones políticas
dirigentes, sino también iban a tener poca protección frente a los abusos de
las autoridades gubernamentales y la ley no siempre los iba a tratar como
iguales (Ai Camp; 2000:42).
La revolución mexicana, fue un gran movimiento
social que logró desplazar las estructuras de poder vigente y creo las bases
para un nuevo Estado nacional con mayor integración social, cultural y
económica (Gómez Tagle; 2000:18). Las huestes revolucionarias que se hicieron
con el poder en 1917, implantaron una constitución de corte liberal que
consagra la existencia de una república democrática (Duarte Moller y Jaramillo
Cardona; 2009:152). De esta manera, el marco constitucional que se instaló en
México, iba a seguir los ideales y espíritu de la revolución, que buscaba la
existencia de un ejecutivo fuerte, capaz de garantizar el cumplimiento de la
Carta Magna; sin embargo, en el México posrevolucionario nos encontramos ante
un régimen autoritario en el que el ejecutivo avasalló al resto del sistema político
y a la sociedad (Durand Ponte; 2004:41). A pesar que en México, se implantó una
constitución republicana y federal que consagra las garantías y derechos
individuales junto con las elecciones libre para los cargos públicos de
presidente, diputados, legisladores y gobernadores, durante esta época, México
se encontraba ante un régimen autoritario. Durante el régimen unipartidista
posrevolucionario no existía un arraigo hacia los derechos individuales, ni
tampoco del equilibrio de poderes, ni funcionamiento de la república, tampoco
se le pedía cuentas al presidente, simplemente se aceptada su autoridad suprema
(Durand Ponte; 2004:50). El régimen posrevolucionario, desarrolló todo un
sistema institucional y normativo, formal e informal, encabezado por un presidencialismo
todopoderoso, que dotó a los gobernantes de amplios recursos simbólicos,
legales, políticos y económicos, que les permitía acumular todo el poder para
sí mismo (Durand Ponte; 2010:68). La constitución sólo se cumplía hasta donde
no pusiese en peligro la hegemonía del régimen (Duarte Moller y Jaramillo
Cardona; 2009:153). En este sentido, tenemos que el sistema político que se
consolidó en el México posrevolucionario, se caracterizó por ser un sistema
unipartidista y presidencialista altamente centralizado.
Con la revolución mexicana, se buscaba
no solamente un estado de mayores oportunidades para los grupos más bajos de la
sociedad, sino también se encontraba la aspiración de lograr el sufragio para
acabar con la dictadura de Porfirio Díaz y así lograr una alternancia y
pluralidad en el poder. Sin embargo, el régimen posrevolucionario logró
desarrollar todo un aparato electoral junto con un sistema de partido que les
permitió competir con mucha ventaja ante los partidos de oposición, lo que daba
a su vez una falsa imagen de vida electoral democrática (Durand Ponte;
2004:48). Aunque pudo haber elecciones, éstas estaban planificadas y
controladas para lograr la supremacía del régimen priista en el poder. El
régimen posrevolucionario que se instaló en México, adoptó las características
de un régimen autoritario en el que las elecciones fueron un mero ritual para
legitimar al grupo en el poder (Duarte Moller y Jaramillo Cardona;
2009:153). De esta manera, a raíz de sus
frecuentes elecciones que legitimaban a sus gobiernos y que permitieron la
hegemonía unipartidista del PRI durante más de 70 años, el sistema político
mexicano fue caracterizado como “la dictadura perfecta” (Holzner; 2007: 70).
El régimen posrevolucionario se mantuvo
no solamente a través del control de las instituciones, sino también logró
crear todo un aparato burocrático que les permitía controlar a la mayor parte
de la población. Logró articular a las corporaciones sindicales o campesinas al
partido oficial, lo que le permitió ejercer control no solamente sobre la
pluralidad social, sino también sobre la representación popular junto con su
movilización o acción colectiva independiente (Durand Ponte; 2004:48). De igual
manera, iba a utilizar el corporativismo como herramienta para establecer el
autoritarismo y controlar a la población. El corporativismo articulaba al conjunto de las organizaciones
gremiales del país, y organizaba a la sociedad articulando las bases de los
trabajadores de la industria o de los servicios públicos y privados, de los
campesinos y propietario del campo, de los empresarios, de la clase política, y
que con excepción de los empresarios, en los tres sectores que conforman el
partido oficial, el popular, el obrero y el campesino (Durand Ponte; 2009:125).
El nuevo régimen corporativo autoritario, conformó una espesa burocracia dentro
de la “sociedad civil” que acaparó la representación de los ciudadanos frente
al Estado (Durand Ponte; 2009:127).
Durante
la hegemonía priista, el régimen desarrolló un conjunto de políticas populistas
que les permitió controlar y manipular a las masas, principalmente a los
sectores marginales y de más bajos recursos de la sociedad mexicana. Las
relaciones clientelares que habían sido sustento del sistema político mexicano,
hacían de la pobreza uno de los elementos que favorecían el mantenimiento de la
hegemonía del partido oficial (Eugenia Valdés y Gómez Tagle; 2000: 10). De esta
manera, es posible observar como el régimen impulsó un modelo de desarrollo
económico, caracterizado por grandes inversiones del Estado en proyectos
económicos y de desarrollo social, que a su vez creó grandes lazos
institucionales entre el Estado y los grupos sociales, fomentando así la idea que
las acciones dirigidas por el Estado eran las mejores, por lo tanto, la figura
del Estado y sus acciones iban a ser vistas como la mejor estrategia para
resolver los problemas individuales y colectivos, exaltando la figura del
Estado y creando un paternalismo en torno a éste (Holzner; 2007: 82). El
gobierno lograba aceptar o nulificar las demandas de las clases populares y las
incorporaba al discurso político populista, rehaciendo constantemente el
compromiso de los gobiernos con los intereses populares y satisfaciéndolas
materialmente, aunque sea de manera mínima y dentro de esquemas con frecuencia
clientelares, que se sumaban a la existencia de una cultura política de masas
tradicional y autoritaria, que dotó al régimen del apoyo de la mayoría de los
mexicanos (Durand Ponte; 2010:68). Durante esta época, la participación
política de grupos populares solamente se promovían cuando demostraban apoyo al
régimen, en el que incluso se toleraban cuando el fin era conseguir apoyo
material o financiero del gobierno, aunque no se toleraba ningún intento de
reformar el sistema político el cual era reprimido violentamente (Holzner;
2007: 70).
Durante
más de setenta años, México vivió bajo un régimen unipartidista y
presidencialista. En México se reprimía a la disidencia y manifestaciones
públicas de rechazo al régimen. La población no podía manifestar públicamente
sus demandas ciudadanas (masacre de aguas blancas), se reprimían a los
estudiantes (represión estudiantil de 1968), el derecho y las libertades
individuales no existían, se controlaban a los sindicatos (los sindicatos,
controlados por el partido de gobierno, no estaban para representar y defender
los derechos de los obreros, sino más bien para controlar a los trabajadores,
promoviendo el chantaje), se reprimían a los sectores de la oposición; “La
hegemonía fue alcanzada con habilidad política, con un diseño institucional
eficiente para los fines de la dominación, pero también a sangre y fuego y,
desde luego violentando las reglas del derecho.” (Durand Ponte; 2004:48). Sin
embargo, más allá del fuerte control y represión ejercidos por el régimen
posrevolucionario y de todas las políticas y gestiones aplicados para mantener
su hegemonía, las causas de la hegemonía unipartidista del régimen priista, no
se limitan al férreo control y represión ejercidos ni tampoco por el control de
la sociedad.
Las
causas de la larga permanencia del régimen priista no se limitan al férreo
control y represión ejercidos sobre la sociedad. Este tipo de controles
ejercido sobre los ciudadanos, los encontramos en todas las sociedades. No hay
sociedad que no ejerza fuertes medidas de control sobre sus ciudadanos. Todas
las sociedades necesitan un férreo control sobre sus ciudadanos para poder
funcionar, tener estabilidad y mantener el orden establecidos. Por lo tanto,
ninguna sociedad puede sobrevivir sin la imposición de las leyes, valores y
modos de comportamiento, ni tampoco sin tener un poder político capaz de
utilizar la fuerza y la represión cuando los ciudadanos por sí solo no
obedezcan la ley, ni a los valores y modos de comportamiento impuestos
necesarios para conservar el orden; el poder político utiliza la fuerza y la
represión para preservar el orden y la estabilidad política y social. En este
sentido, las medidas y políticas
aplicadas por el régimen priista, aunque pudieran obedecer a distintos motivos,
sin embargo, lograban conservar el orden y la estabilidad dentro de la sociedad
mexicana.
Durante
el régimen priista unipartidista y autoritario, existía una estabilidad
política, que legitimaba no solo su permanencia en el poder, sino también las
políticas y medidas aplicadas; “En el contexto de una continuidad institucional
que en aquel entonces parecía envidiable a los ojos de los demás países
latinoamericanos, esta combinación permitía que el sistema autoritario en
México se reclamara legítimo.” (Peschard; SF:190). El poder político en una
sociedad, es el único poder legitimado para emplear la fuerza y la represión
sobre los individuos, sin embargo, esta legitimidad descansa en los mismos
individuos (al menos en la gran mayoría de ellos), ya que al estar sometido
ante un régimen al que no consideran legítimo, se originaria un estado de
inestabilidad política y social. En este sentido, si el régimen priista se
mantuvo solamente por las medidas represivas y de control, ha de suponerse la
existencia de tensiones e inestabilidad política y social, algo que no ocurría
en México, porque aunque pudieron existir movimiento y reclamos en contra del
gobierno, la hegemonía priista en México contaba con una estabilidad política
envidiable en el continente. En México pudieron haber existidos tensiones y
conflictos, pero nunca hubo un estado de crisis política especial, ni tampoco
el régimen priista experimentó algún peligro real; “En el periodo desde 1929
hasta 2000 muy pocos movimientos sociales, si acaso hubo algunos, contaron con
la simpatía de la mayoría de la población.” (Durand Ponte; 2004:49). Por lo
tanto, tenemos que el régimen autoritario no se desplomo por una crisis de
legitimidad, porque a pesar de las crisis política y económica, el PRI seguía
manteniendo la mayoría de las votaciones, hasta nuestros días: “Es verdad que
se fueron debilitando, que el partido oficial perdía terreno, pero hasta la
elección de 2000 siempre obtuvo más del 50% de los votos válidos.” (Durand
Ponte; 2004:38). A pesar de que México vivió bajo un régimen autoritario, y que además
no distribuía de manera equitativa el desarrollo económico en toda la
población, sin embargo, existía una estabilidad política conocida como la “paz
del PRI”:
Sin embargo, y a pesar de ser un fenómeno generalizable, no deja de
sorprender que el régimen autoritario como el que privó en México hasta el año
2000 contara con una legitimidad tan amplia, al menos hasta 1988, especialmente
cuando los sectores de la población que más apoyaban al gobierno y al partido
oficial, el PRI, eran los más perjudicados en sus intereses económicos y
políticos (Durand Ponte; 2004:38).
Aunque
las políticas aplicadas por el régimen priista puedan ser consideradas por muchos
como hostiles y que van en detrimento de los individuos, sin embargo, la
mayoría de los mexicanos pensaban distinto; “A diferencia de otros pueblos que
viven o vivieron bajo regímenes autoritarios y tuvieron una clara conciencia de
ello, en México la mayoría de los ciudadanos no tenían la capacidad de ver la
naturaleza de su régimen o tienen una imagen diferente.” (Durand Ponte;
2010:71). En México existía un régimen que restringía los espacios de
participación democrática y aunque los mexicanos reconocían las dificultades
para influir en la toma de decisiones política, sin embargo, daban su respaldo
al sistema no tanto a nivel de políticas particulares, sino más bien a través
de consensos pasivos hacia el régimen (Peschard; SF:190). De esta manera, el
régimen priista no solamente se mantuvo como la única fuerza hegemónica durante
más de setenta años, sino que además hoy día permanece como la principal fuerza
política del país norteamericano:
El caso mexicano es típico, el PRI sobrevivió, mantuvo sus privilegios,
es en el plano nacional la fuerza que controla el mayor número de posiciones de
poder —sea en el Legislativo o en los gobiernos estatales y municipales— y sus
prácticas autoritarias se reproducen aún en gran parte del territorio. (Durand
Ponte; 2007: 160).
Más allá
del control de las instituciones y de los sectores de la sociedad junto con la
represión ejercida por el régimen priista, tenemos a una sociedad que no
solamente se comportaba de manera pasiva ante las política del régimen, sino
que además aceptaba y en su mayoría brindaba apoyo al régimen, lo que le daba a
este último estabilidad y legitimidad, que a su vez permitió afianzarse en el
poder durante más de setenta años. Sin embargo ¿cuál es la naturaleza de esta pasividad,
aceptación y apoyo que mostraban la mayoría de los mexicanos ante las medidas y
políticas aplicadas por el régimen priista?
La legitimidad
y estabilidad con la que contó el régimen priista obedece a razones
estructurales, que la encontramos en la cultura política de sus ciudadanos. La
cultura política de los ciudadanos, es la que legitima o no las políticas y
medidas de cualquier régimen, es la que genera estabilidad o no ante cualquier
medida de represión ejercida o ley aplicada, es la que acepta o no la
imposición de ciertas leyes y régimen, es la única que puede generar un estado
de conflicto y confrontación que conlleve a un cambio de políticas, es la que
puede generar revoluciones y cambios de gobierno. La cultura política, es la
que asegura a través de la aceptación, apoyo o pasividad la permanencia o no de
un régimen político. Cuando una cultura política se adapta o identifica con el
régimen vigente, se origina un estado de estabilidad política, en la que el
régimen asegura hasta cierto punto su permanencia; “La bibliografía
politológica señala que cuando la cultura política dominante se ajusta a las
necesidades del sistema institucional, se asegura en mayor medida la
continuidad de dicho sistema.” (Martín Puig; 2012:868). Este fue el caso
mexicano durante la hegemonía priista, en donde encontramos una cultura
política que resultaba idónea para la permanencia del régimen en el poder; “Esa
cultura posibilitaba la aceptación del presidencialismo fuerte y de su
capacidad de transgredir la ley o los derechos individuales en nombre de
principios también tradicionales.” (Durand Ponte; 2004:49). La cultura política de los años sesenta y
setenta en México, iba acorde con la manera en el que funcionaba la estructura política,
lo que le daba estabilidad al sistema político y fue lo que permitió la
hegemonía priista, por tal motivo el régimen autoritario permaneció por tanto
tiempo en el poder:
El modelo de The Civic Culture sirvió para el estudio de Robert Scott en
el que pretendía explicar, a través del análisis de los patrones de operación
de la política mexicana, de qué manera valores y creencia muy arraigados en
México explican la estabilidad del sistema político. Dicho de otra manera, los
patrones culturales vigentes en ese entonces eran determinantes para el
funcionamiento y la permanencia de las estructuras políticas del país.
(Peschard; SF: 190).
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