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martes, 28 de marzo de 2017

CULTURA POLÍTICA Y CAMBIO POLÍTICO EN MÉXICO (II)

La cultura política mexicana durante el régimen priista

     El primer estudio sobre la cultura política en México, lo encontramos en la obra de Almond y Verba “The Civic Culture”. En esta obra que data de los años 70, los autores van a definir a los mexicanos como “aspirantes a ciudadanos” en el sentido que, a pesar de tener las actitudes para ser partícipes en las políticas gubernamentales, sin embargo, las instituciones y los políticos no se los permitía  (Durand Ponte; 2009:129). Durante el periodo posrevolucionario, los mecanismo de control creados por el régimen, no solo limitaban la participación política sino además influyeron en el desarrollo de una apatía política y un abstencionismo dentro de la población, la cual se encontraba sin medios, ni instrumentos políticos para manifestar su descontento; para ellos las organizaciones política les resultaba algo “ajeno”, por lo que preferían dejar la política a los políticos (Duarte Moller y Jaramillo Cardona; 2009:158). Para la época posrevolucionario, los mexicanos mostraban actitudes de conformismo ante las políticas del régimen, lo que implicaba una actitud de abstención para participar, actuar o influir en la política; “Es el México impolítico, que para el régimen autoritario, a final de cuentas, está bajo control.” (Duarte Moller y Jaramillo Cardona; 2009:158). De esta manera, tenemos una actitud política de los ciudadanos,  que se caracterizaba por ser sumisa y apática y que expresaba un sentimiento de impotencia para generar los cambios deseados, “En este sentido, autores como Crespo (1996) asumen que la cultura política <<del mexicano>> se caracteriza por una disposición a la sumisión y resignación ante el poder, lo que genera un sentimiento de impotencia y apatía (abstencionismo).” (Ramos Lara; 2006:105). De esta manera, en The Civic Culture, nos podemos encontrar una despolitización presente entre los ciudadanos mexicanos, junto con bajos niveles informativos y un “incoherente” chauvinismo respecto al sistema político en el sentido que, a pesar que el régimen no satisfacía las necesidades de la población, sin embargo, los mexicanos mostraba, no solo respaldo y apoyo a este último,  sino además expresaban orgullo hacia el sistema político encabezado por el régimen priista (Ramos Lara; 2006:94).

     La cultura política de los mexicanos durante el régimen priista, era principalmente de súbditos y parroquial. En una cultura política de súbditos, los individuos a pesar que son conscientes de la existencia de un gobierno central y la respuestas a sus demandas, sin embargo, no sabe cómo influir en la toma de decisiones colectivas, lo cual conlleva a una participación cívica baja, estos individuos aunque poseen información sobre la estructura institucional del sistema político, no participan en el proceso de toma de decisiones ni en la formulación de demandas, y son pasivos frente a los mecanismos de reproducción del poder político, la cultura política de súbditos, presenta una ausencia de estímulos para participar políticamente e incidir en las decisiones gubernamentales. Mientras que la cultura política parroquial se caracteriza por a) un desconocimiento del entramado institucional del sistema político y sus funciones gubernamentales, b) permanecen al margen de la toma de decisiones publica, y c) desconocen los costos y beneficios de las políticas públicas; esto ocurre cuando las orientaciones políticas de los ciudadanos son vagas, constreñidas al espacio local, caracterizada por un bajo nivel de conocimiento del sistema en su conjunto, esta cultura política ocasiona una apatía y poca organización política. Estas características de una cultura política mayoritariamente de súbditos y parroquial, la podemos encontrar en los estudios de Scott S. Robinson (citado en: Ramos Lara; 2006:94), en donde afirma que cerca de un 65% de la población pertenecía a una cultura política de súbditos la cual congregaba, en su mayoría a la población mestiza y urbana y que a su vez demostraba cinismo, desconfianza, sumisión, esperaban todo del gobierno y evitaban las actividades políticas; mientras que 25% de la población poseía una cultura política parroquial, compuesta principalmente por indígenas y campesinos y se caracterizada por estar aislada, mal informada de las actividades gubernamentales, pasiva e ineficiente y esperaba poco o nada de las autoridades gubernamentales; tan solo un 10% de la población mostraban una cultura política participante la cual generaban las demandas y los apoyos y resultados políticos desde la cúspides; esta última estaba conformada por la burocracia gubernamental y el sector empresarial. Esta cultura política mayoritariamente de súbditos, permitía y favorecía la permanecía y desarrollo del régimen unipartidista que concentraba todo el poder en un solo partido político y en la figura presidencial como su máximo exponente (Ramos Lara; 2006:94). Una cultura política apática y con poca capacidad de movilización, garantizaba la supervivencia de los grupos que ostentaban el poder en México; “Esa cultura posibilitaba la aceptación del presidencialismo fuerte y de su capacidad de transgredir la ley o los derechos individuales en nombre de principios también tradicionales.” (Durand Ponte; 2004:49). Estos rasgos de sumisión y aceptación hacia la autoridad que formaron una cultura política de súbditos, tiene su origen en la misma formación de la sociedad mexicana. Desde la época prehispánica, en México se impuso un modelo de sumisión hacia la autoridad encarnada en figuras autoritarias como las del padre, del patrón, del maestro, del gobernante, del cura, a las cuales se les debía, no solo respecto y sumisión, sino que además su autoridad era sagrada e incuestionable (Durand Ponte; 2004:48). 

    Junto con las características de una cultura política de súbditos, la cultura política mexicana también desarrollaba rasgos autoritarios. Los sucesivos regímenes políticos que ha tenido México a lo largo de su historia, han tenido como una de sus principales características el autoritarismo, por lo tanto, es posible encontrarnos la existencia de rasgos autoritarios en la cultura política mexicana (Durand Ponte; 2004:14). Diverso estudios han demostrado la existencia de rasgos autoritarios en las actitudes políticas de los mexicanos, en el que se encontraron orientaciones autoritarias en niños, como consecuencia de la educación oficial del régimen (Sarsfield; 2007:154). Durante el régimen priista autoritario, se implantó un modelo de educación oficial,  orientada a reproducir el modelo autoritario; durante esta época  el pueblo estuvo bajo una educación autoritaria (Duarte Moller y Jaramillo Cardona; 2009:155). Durante el régimen priista, el sistema educativo en México producía y reproducía los valores de la ideología autoritaria. “A través de estos procesos, el pueblo de México fue haciendo suyos, a lo largo de décadas, los elementos de una cultura política autoritaria muy peculiar, de rasgos oligárquicos y populares de acuerdo con González Casanova (2002).” (Duarte Moller y Jaramillo Cardona; 2009:156).

     Los rasgos de intolerancia también estaban presentes en la cultura política mexicana durante el régimen priista. Las actitudes de intolerancia presenta en la sociedad mexicana, se presentan como una actitud de respeto hacia las personas que piensan diferente, siempre y cuando no intenten convencer a los demás y además deben obedecer a la mayoría (Durand Ponte (citado en Sarsfield; 2007:156). La intolerancia en México tiene sus orígenes en la época colonial, cuando a raíz del férreo control ejercido por la iglesia, no estaba permitido pensamiento religioso distinto ni secular, no se permitía entrada de inmigrantes de otras creencias, ni la disidencia religiosa, ni tampoco las ideas de los intelectuales; “Esta experiencia han llevado a una cultura política que admira los valores democráticos esenciales, como la participación ciudadana, pero al mismo tiempo favorece enérgicamente la intolerancia frente a los puntos de vista contrario.” (Ai Camp; 2000:32).  Aunque el régimen priista se separó de la iglesia, esta intolerancia permaneció en la cultura mexicana, por tal motivo la encontramos reflejada en su cultura política. Los rasgos de intolerancia, han formado parte de la historia política de México posterior a la independencia, e incluso ha habido afirmaciones en las que se expresa que la intolerancia en México no era algo deseado, motivado por la escasa experiencia para estimular el respeto hacia los puntos de vista diferentes (Ai Camp; 2000:32).

     La cultura política en el México posrevolucionario, iba acorde con la estructura política, lo que le daba estabilidad al sistema político y fue lo que permitió la larga hegemonía priista, por tal motivo el régimen autoritario permaneció por tanto tiempo en el poder. En el México del régimen priista, existía una población con valores autoritarios que expresaba poca motivación individual para la participación política, lo que no solo hacia posible la permanencia del autoritarismo en México, sino que además le daba una estabilidad envidiable para el contexto latinoamericano. (Peschard; SF:190). En el México de los años 70, la mayoría de la población aceptaba y apoyaba las políticas centralizadas del gobierno, aunque no participaba en organizaciones o movimientos sociales (Peschard; SF:190). Sin embargo, más que apoyar al régimen y sus políticas, más bien apoyaban lo que ellos representaban, que no es más sino los ideales revolucionarios que estuvieron presente en la revolución mexicana, de la cual surge el régimen priista. El régimen priista emerge de la revolución y se valió de la herencia de la lucha revolucionaria para permanecer en el poder; “En este régimen la cultura política juega un papel fundamental. Centrada en el nacionalismo revolucionario, en la creencia de que el movimiento armado de 1910 a 1917 creó un compromiso entre el Estado y el pueblo.” (Durand Ponte; 2009: 126). Los motivos que impulsaron la revolución mexicana y que llevaron a miles de mexicanos a una lucha armada, iban a ser trasladados a la figura del régimen y su presidente como máximos herederos de los ideales revolucionarios y como continuadores de la lucha revolucionaria; “La legitimidad de esas organizaciones y sus burocracias se basaba en la creencia de que eran los representantes del compromiso nacional revolucionario, que ante todo defendían los intereses de la nación, del Estado y de su presidente.” (Durand Ponte; 2009: 128). Los mexicanos veían en la figura del presidente, la herencia del pacto revolucionario y creían que éste representaba los interese de la nación y del pueblo en contra del imperialismo y de los burgueses (Durand Ponte; 2009: 128). Esta cultura política, se identifica con los ideales de la revolución mexicana, y veían en la figura del presidente la encarnación simbólica de la revolución y sus ideales, lo que implicaba que éste último podía estar por arriba de las instituciones (Durand Ponte; 2009: 130).  En este sentido, más que identificarse con los políticos, se identificaban con su sistema político, los seguían sí, pero no por lo que eran, sino por lo que representaban, que fue una lucha revolucionaria por lograr un tipo de sociedad.


     A partir de los años 80, la cultura política mexicana iba a comenzar a presentar una serie de cambios, en el que es posible observar el abandono progresivo de algunos rasgos característicos de la cultura política mexicana durante el régimen priista “Durante estos años, la cultura política mexicana se comporta según el patrón esperado de creciente secularidad y progresiva desaparición de los valores propios de las sociedades tradicionales.” (Sarsfield; 2007:150). Los valores autoritarios, el nacionalismo, el personalismo presidencial y el discurso revolucionario fueron elementos que empezaban a perder fuerza en el pensamiento de la mayoría de los mexicanos. A mediados de los ochenta con los cambios en la cultura política, iba aparecer un reclamo democrático en la población mexicana, lo que implicaría la puesta en duda del régimen autoritario. “Por otra parte la población ya no acepta ser representada por un solo partido político, ni tampoco espera graciosamente a que los dirigentes le definan el rumbo que la sociedad siga, ni la manera de ubicarse en el proceso de desarrollo de la misma.” (Peschard; SF:202). De esta manera, en México se produciría un periodo de cambio hacia el sistema político: “Nuevos actores políticos –movimientos sociales, organismos no gubernamentales y organizaciones civiles- fueron apareciendo en escena, y con ello nuevas formas de participación y de involucramiento con la política.” (Peschard; SF:192). 

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