La
cultura política mexicana durante el régimen priista
El
primer estudio sobre la cultura política en México, lo encontramos en la obra
de Almond y Verba “The Civic Culture”. En
esta obra que data de los años 70, los autores van a definir a los mexicanos
como “aspirantes a ciudadanos” en el sentido que, a pesar de tener las
actitudes para ser partícipes en las políticas gubernamentales, sin embargo,
las instituciones y los políticos no se los permitía (Durand Ponte; 2009:129). Durante el periodo
posrevolucionario, los mecanismo de control creados por el régimen, no solo
limitaban la participación política sino además influyeron en el desarrollo de
una apatía política y un abstencionismo dentro de la población, la cual se
encontraba sin medios, ni instrumentos políticos para manifestar su descontento;
para ellos las organizaciones política les resultaba algo “ajeno”, por lo que
preferían dejar la política a los políticos (Duarte Moller y Jaramillo Cardona;
2009:158). Para la época posrevolucionario, los mexicanos mostraban actitudes
de conformismo ante las políticas del régimen, lo que implicaba una actitud de
abstención para participar, actuar o influir en la política; “Es el México
impolítico, que para el régimen autoritario, a final de cuentas, está bajo
control.” (Duarte Moller y Jaramillo Cardona; 2009:158). De esta manera,
tenemos una actitud política de los ciudadanos, que se caracterizaba por ser sumisa y apática
y que expresaba un sentimiento de impotencia para generar los cambios deseados,
“En este sentido, autores como Crespo (1996) asumen que la cultura política
<<del mexicano>> se caracteriza por una disposición a la sumisión y
resignación ante el poder, lo que genera un sentimiento de impotencia y apatía
(abstencionismo).” (Ramos Lara; 2006:105). De esta manera, en The Civic Culture, nos podemos encontrar
una despolitización presente entre los ciudadanos mexicanos, junto con bajos
niveles informativos y un “incoherente” chauvinismo respecto al sistema
político en el sentido que, a pesar que el régimen no satisfacía las
necesidades de la población, sin embargo, los mexicanos mostraba, no solo
respaldo y apoyo a este último, sino además
expresaban orgullo hacia el sistema político encabezado por el régimen priista (Ramos
Lara; 2006:94).
Junto
con las características de una cultura política de súbditos, la cultura
política mexicana también desarrollaba rasgos autoritarios. Los sucesivos
regímenes políticos que ha tenido México a lo largo de su historia, han tenido
como una de sus principales características el autoritarismo, por lo tanto, es
posible encontrarnos la existencia de rasgos autoritarios en la cultura
política mexicana (Durand Ponte; 2004:14). Diverso estudios han demostrado la
existencia de rasgos autoritarios en las actitudes políticas de los mexicanos,
en el que se encontraron orientaciones autoritarias en niños, como consecuencia
de la educación oficial del régimen (Sarsfield; 2007:154). Durante el régimen
priista autoritario, se implantó un modelo de educación oficial, orientada a reproducir el modelo autoritario;
durante esta época el pueblo estuvo bajo
una educación autoritaria (Duarte Moller y Jaramillo Cardona; 2009:155). Durante
el régimen priista, el sistema educativo en México producía y reproducía los
valores de la ideología autoritaria. “A través de estos procesos, el pueblo de
México fue haciendo suyos, a lo largo de décadas, los elementos de una cultura
política autoritaria muy peculiar, de rasgos oligárquicos y populares de
acuerdo con González Casanova (2002).” (Duarte Moller y Jaramillo Cardona;
2009:156).
Los
rasgos de intolerancia también estaban presentes en la cultura política mexicana
durante el régimen priista. Las actitudes de intolerancia presenta en la
sociedad mexicana, se presentan como una actitud de respeto hacia las personas
que piensan diferente, siempre y cuando no intenten convencer a los demás y además
deben obedecer a la mayoría (Durand Ponte (citado en Sarsfield; 2007:156). La
intolerancia en México tiene sus orígenes en la época colonial, cuando a raíz
del férreo control ejercido por la iglesia, no estaba permitido pensamiento
religioso distinto ni secular, no se permitía entrada de inmigrantes de otras
creencias, ni la disidencia religiosa, ni tampoco las ideas de los
intelectuales; “Esta experiencia han llevado a una cultura política que admira
los valores democráticos esenciales, como la participación ciudadana, pero al
mismo tiempo favorece enérgicamente la intolerancia frente a los puntos de
vista contrario.” (Ai Camp; 2000:32). Aunque
el régimen priista se separó de la iglesia, esta intolerancia permaneció en la
cultura mexicana, por tal motivo la encontramos reflejada en su cultura
política. Los rasgos de intolerancia, han formado parte de la historia política
de México posterior a la independencia, e incluso ha habido afirmaciones en las
que se expresa que la intolerancia en México no era algo deseado, motivado por
la escasa experiencia para estimular el respeto hacia los puntos de vista
diferentes (Ai Camp; 2000:32).
La cultura política en el México
posrevolucionario, iba acorde con la estructura política, lo que le daba
estabilidad al sistema político y fue lo que permitió la larga hegemonía
priista, por tal motivo el régimen autoritario permaneció por tanto tiempo en
el poder. En el México del régimen priista, existía una población con valores
autoritarios que expresaba poca motivación individual para la participación
política, lo que no solo hacia posible la permanencia del autoritarismo en
México, sino que además le daba una estabilidad envidiable para el contexto latinoamericano.
(Peschard; SF:190). En el
México de los años 70, la mayoría de la población aceptaba y apoyaba las
políticas centralizadas del gobierno, aunque no participaba en organizaciones o
movimientos sociales (Peschard; SF:190). Sin embargo, más que apoyar
al régimen y sus políticas, más bien apoyaban lo que ellos representaban, que
no es más sino los ideales revolucionarios que estuvieron presente en la revolución
mexicana, de la cual surge el régimen priista. El régimen priista emerge de la revolución y se valió de la herencia
de la lucha revolucionaria para permanecer en el poder; “En este régimen la
cultura política juega un papel fundamental. Centrada en el nacionalismo
revolucionario, en la creencia de que el movimiento armado de 1910 a 1917 creó
un compromiso entre el Estado y el pueblo.” (Durand Ponte; 2009: 126). Los
motivos que impulsaron la revolución mexicana y que llevaron a miles de
mexicanos a una lucha armada, iban a ser trasladados a la figura del régimen y
su presidente como máximos herederos de los ideales revolucionarios y como
continuadores de la lucha revolucionaria; “La legitimidad de esas
organizaciones y sus burocracias se basaba en la creencia de que eran los
representantes del compromiso nacional revolucionario, que ante todo defendían
los intereses de la nación, del Estado y de su presidente.” (Durand Ponte; 2009:
128). Los mexicanos veían en la figura del presidente, la herencia del pacto
revolucionario y creían que éste representaba los interese de la nación y del
pueblo en contra del imperialismo y de los burgueses (Durand Ponte; 2009: 128).
Esta cultura política, se identifica con los ideales de la revolución mexicana,
y veían en la figura del presidente la encarnación simbólica de la revolución y
sus ideales, lo que implicaba que éste último podía estar por arriba de las
instituciones (Durand Ponte; 2009: 130). En este sentido, más que identificarse con los
políticos, se identificaban con su sistema político, los seguían sí, pero no
por lo que eran, sino por lo que representaban, que fue una lucha
revolucionaria por lograr un tipo de sociedad.
A partir
de los años 80, la cultura política mexicana iba a comenzar a presentar una
serie de cambios, en el que es posible observar el abandono progresivo de
algunos rasgos característicos de la cultura política mexicana durante el
régimen priista “Durante estos años, la cultura política mexicana se comporta
según el patrón esperado de creciente secularidad y progresiva desaparición de
los valores propios de las sociedades tradicionales.” (Sarsfield; 2007:150). Los
valores autoritarios, el nacionalismo, el personalismo presidencial y el
discurso revolucionario fueron elementos que empezaban a perder fuerza en el
pensamiento de la mayoría de los mexicanos. A mediados de los ochenta con los
cambios en la cultura política, iba aparecer un reclamo democrático en la
población mexicana, lo que implicaría la puesta en duda del régimen
autoritario. “Por otra parte la población ya no acepta ser representada por un
solo partido político, ni tampoco espera graciosamente a que los dirigentes le
definan el rumbo que la sociedad siga, ni la manera de ubicarse en el proceso
de desarrollo de la misma.” (Peschard; SF:202). De esta manera, en México se
produciría un periodo de cambio hacia el sistema político: “Nuevos actores
políticos –movimientos sociales, organismos no gubernamentales y organizaciones
civiles- fueron apareciendo en escena, y con ello nuevas formas de
participación y de involucramiento con la política.” (Peschard; SF:192).
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