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martes, 11 de abril de 2017

CULTURA POLÍTICA Y CAMBIO POLÍTICO EN MÉXICO (III)

El ascenso de una nueva clase social y el cambio político en México

     El cambio político en México, tiene como antecedente una serie de sucesos y transformaciones que ocurrieron dentro de la sociedad mexicana, principalmente durante la década de los 80 y 90. Las políticas económicas adoptadas durante los años 80 que estaban dirigidas hacia el beneficio de los grandes sectores empresariales, afectaron de forma negativa a la mayoría de la población mexicana; creció la pobreza, el desempleo, crece la economía informal, crece la deuda tanto externa como internamente, la estructura socio-económica del país se transforma radicalmente, desaparecen un gran número de pequeñas y medianas empresas; crecen los movimientos sociales (feministas, homosexuales, individuos y organizaciones en pro de los derechos humanos, movimientos estudiantiles); crece la violencia, la delincuencia y el crimen organizado; los indígenas salen a la luz pública, la escolaridad creció junto con la población universitaria, se amplió el número de individuos más avanzado, más interesados y más informados; la apertura en los medios de comunicación creció y con ellos la crítica y la pluralidad, y el control gubernamental se debilitó (Durand Ponte; 2004:12).

     Estos cambios y transformaciones también llegaron al sistema político, en el que encontramos toda una reorganización del sistema político mexicano. Para la década de los años 80, México resultaba ser otro país, por lo que se hizo necesario replantear la relación entre sociedad y Estado, así como también el funcionamiento de la organización estatal, la estructura económica y el ámbito y estilo de gestión gubernamental, lo que implicaba a su vez reordenar la administración pública y redimensionar y reformar el nuevo Estado mexicano (Duarte Dávila; 2002:165). Para los años 90, México empezaría a alejarse de prácticas autoritarias y a implantar profundas reformas democráticas, en donde los ciudadanos no solo van a tener libertad de votar por los candidatos de sus preferencias, sino además pueden realizar marchar de protestas y expresar sus descontentos con las políticas del gobierno sin temor a ser víctimas de represalias por parte del Estado  (Holzner; 2007: 70). Dentro de este contexto, el régimen priista empezaría a perder presencia política, “La transición se da a partir de la década de los 90 cuando la oposición empieza a alcanzar posiciones políticas de mayor relevancia, ganando ayuntamientos, adueñándose ideológicamente del área metropolitana, y obteniendo la mayoría en el congreso.” (Duarte Dávila; 2002: vii). De esta manera, la transición política que comenzó en los años 80 y 90, ha permitido que los ciudadanos mexicanos elijan a sus gobernantes de forma libre, sin presión ni chantaje gubernamental y en elecciones limpias y transparentes, “Dada la competitividad de las elecciones y las garantías contra el fraude, el sufragio popular se ha convertido en un mecanismo creíble para reemplazar a gobernantes y partidos en el poder.” (Holzner; 2007:79). Los  mexicanos no solo pueden elegir de forma libre a sus gobernantes, sino además, en México no existen obstáculos jurídicos importantes, que impidan la participación ciudadana en la vida política del país (Holzner; 2007:70). En este sentido, podemos observar como el sistema político en México se ha transformado en un sistema político más flexible, que admite un mayor grado de pluralismo político y alternancia en el poder (Gómez Tagle; 2000:18). En México, es posible observar no solo una transformación del Estado y un cambio de las políticas autoritarias gubernamentales, sino además observamos que este cambio político, se llevó a cabo a través de elecciones limpias y justas, siendo este último a su vez, en donde reside no solo el principal medio utilizado para el cambio político y el fin del autoritarismo en México, sino además la mejor arma con la que cuentan los mexicanos para controlar y cambiar a sus gobernantes: 

           La introducción de elecciones competitivas libres parece ser un paso necesario en el establecimiento de la democracia. Demuestran públicamente y de un modo definitivo que el antiguo régimen terminó, y que la población ahora decide quién gobierna y, con menos certeza, cómo será gobernado su país. (Buendía y Somuano; 2003:291).

     Con la transformación del sistema político y la introducción de elecciones limpias y justas, en México no solo se pondría fin a la hegemonía unipartidista del PRI, sino además se nos va a presentar un nuevo sistema de partidos. Con la transición política, el sistema de partidos en México empezaría a transformarse, pasando de un sistema unipartidista hegemónico a mantener una visión plural, que va a permitir el desarrollo de nuevas formas políticas y de representatividad como lo son los partidos de oposición, que dan espacio para que se genere la llamada alternancia política, en todos los ámbitos, sea federal, municipal o local (Duarte Dávila; 2002:182). La introducción de elecciones libres y justas, van a permitir que tanto el PAN como el PRD empezaran a ganar terreno en el plano electoral, convirtiéndose no solo en aspirantes serios en los comicios electorales, sino además logrando triunfos importantes en gobernaciones y alcaldías. De esta manera, México empezaría a tener un formato tripartidista a nivel nacional, acompañado por formatos bipartidistas, tripartidistas o dominantes a nivel estatal y distrital, junto con una cámara de diputados en donde el partido presidencial no cuenta con la mayoría (Méndez de Hoyos; 2007:14). Estos cambios en los partidos políticos, en la renovación de sus liderazgos y en un nuevo comportamiento político-electoral por parte de los ciudadanos, implicaría estar en presencia de un nuevo sistema político: “Los cambios observables en los partidos políticos, en la renovación de los liderazgos y en el comportamiento político-electoral de los ciudadanos nos coloca ante la realidad de una sistema político distinto.” (Muñoz Patraca; 2001:9).

     El cambio político en México, forma parte de una gran transformación del sistema político mexicano, sin embargo, este último no se hubiese llevado a cabo, sin el ascenso de una nueva clase social con nuevas ideas y visiones acerca del funcionamiento del Estado y funciones del gobierno. En este sentido, más allá de transformaciones del sistema político y la introducción de elecciones libres y justas, el cambio político en México forma parte de cambios estructurales dentro de la sociedad mexicana; “El cambio político operado se inscribe dentro de un amplio proceso de transformación de las estructura de la sociedad mexicana (económicas, políticas, sociales y culturales), en el que destaca el papel desempeñado por las ideologías, los valores y las creencias de la sociedad.” (Muñoz Patraca; 2001:9). El cambio político en México, se da principalmente por una sociedad urbana que cambió sus preferencias electorales en detrimento del PRI, motivado principalmente por las políticas autoritarias e ineficientes del partido oficialista. Esta nueva clase social va a ser la gran impulsora del cambio político en México. Las represiones, crisis económicas, nacionalización de la banca, el abandono de los ideales revolucionarios a favor de políticas neoliberales, son solo algunos hecho que provocarían las condiciones necesarias para impulsar el cambio político, “…dio origen a lo que Leonardo Morlino llama las <<condiciones favorables>>para una crisis política, pues provocó el rompimiento y escisión de la coalición dominante de actores que apoyaban al régimen autoritario.” (Duarte Dávila; 2002:182).

     La nueva clase social en México impulsora del cambio político, va a ostentar nuevas ideas y visiones políticas. Para esta nueva clase social el poder político está en manos del pueblo que son los que eligen a los gobiernos, defienden los conceptos de libertad y justicia, así como la libertad económica, para ellos ningún grupo social debe abdicar de sus deberes y derechos, ostentan una consciencia nacionalista, para ellos los intereses de México están por arriba de cualquier cosa, es una clase social informada y preparada. La nueva clase social mexicana, urbanizada, alfabetizada, escolarizada, de estratos medios y altos, y que no profesa identidad partidista, va a responder más a los hechos concretos de los gobiernos que a las promesas, por lo que su voto va a ser pragmático y cognitivo. Todas estas características no van a coincidir con las políticas aplicadas por el régimen priista, lo que va a significar que en un escenario de elecciones libres y justas el PRI perdiera su hegemonía unipartidista. El desgaste político de la imagen del PRI, la insatisfacción de las demandas ciudadanas e ineficiencia en sus políticas y gestiones, han alejado al PRI de estos nuevos votantes y han dirigidos sus votos principalmente hacia los otrora partidos de oposición como el PAN y PRD, permitiendo así la alternancia en el poder. Actualmente el PAN es la segunda fuerza política en México, han ganado dos elecciones presidenciales y fue el partido que puso fin a la hegemonía del PRI en la presidencia de la república. Parte de los principios e ideas que promueven e identifica a este partido se encuentra: - Desaparición del presidencialismo abusivo - Equilibrio y avance para el poder legislativo y judicial  - Sanción de las leyes - Consolidación institucional - Seguridad y garantía jurídica - Desarrollo humano sustentable - Mejoramiento de la calidad de vida - Defienden la libre empresa - Se oponen a toda intervención del Estado en la economía - Preservar una nación fuerte y soberana. Cada uno de estos ideales que promueve el PAN, forman parte de los ideales y pensamientos de la nueva clase social en México, por lo tanto, no es casualidad, que este partido no solo sea la segunda fuerza política en México, sino además, haya ganado dos elecciones presidenciales seguidas, incluyendo la elección del año 2000 la cual fue la primera elección presidencial ganada por un partido distinto al PRI. Sin embargo, debemos agregar que a pesar que esta nueva clase social en su mayoría haya respaldado con el voto al PAN, no suelen profesar identidad partidista, ni hacia el PAN ni hacia ningún otro partido político en México.

     El mayor ejemplo de la nueva clase social que impulso el cambio político, lo encontramos en Nuevo León; “En la conciencia política y geográfica del neoleonés se encuentra con un pragmatismo, una conciencia nacionalista y con una definición en la defensa de los conceptos de libertad y justicia, así como su concepción sobre la economía mixta y su sentimiento de parte activo en el convenio nacional.” (Duarte Dávila; 2002:343). Para la mayoría de los neoleoneses, el poder político debe estar en manos del pueblo que es quien elige a los gobernantes, para ellos la democracia debe garantizar los derechos y deberes a todos los grupos sociales, los intereses de México están por encima de cualquier otro y sus instituciones son la única vía para lograr cualquier cambio o desarrollo (Duarte Dávila; 2002:342). Nuevo León representa la entidad más preparada, educada e informada de México, lo que ha implicado que la mayoría de su población responda más a los hechos concretos de los gobiernos, que a las promesas, “Conjugado este pragmatismo y su carácter abierto, hacen que responda a estímulos directos, precisos, a los resultados, más que a las promesas, que, incumplidas, lo llevan a perder la fe, que se traduce, no en pasividad, sino en radicalizar su acción contra el gobierno.” (Duarte Dávila; 2002:344).

     Con esta nueva clase social, vamos a tener en México una nueva cultura política que va a profesar ideales liberales. Esta nueva cultura política va a abandonar el discurso sobre el pueblo, en donde el Estado está obligado con las masas, y más bien su interés va a estar centrado en la ciudadanía y el individuo y en su libertad para decidir acerca de sus actos u opiniones políticas (Durand Ponte; 2009:137). Para los gobiernos pos-revolucionarios, la prioridad se encontraba en los derechos sociales y derechos del pueblo en el que el Estado está en la obligación de proteger los derechos de las mayorías; por su parte, para los neoliberales la prioridad va a estar en los derechos individuales y la libertad,  en donde el Estado debe respetar la libertad de los individuos y sus funciones se limitan a vigilar que todo funcione adecuadamente (Durand Ponte; 2009:137). De esta manera, en México vamos a estar en presencia de un nuevo discurso político, que va a retomar los principios del individualismo liberal y de su libertad como fundamento de la organización social; aunque los principios de justicia social se mantengan, sin embargo, va a depender del mercado y no del Estado; la participación de este último debe ser mínima y solo apoyar a aquellos que realmente necesitan su ayuda y con la finalidad de desarrollar sus capacidades dentro del mercado (Durand Ponte; 2009:140). En este sentido, los nuevos gobierno de México, van a impulsar la imagen de igualdad de todos los individuos ante la ley: 

Como en los gobiernos liberales del siglo XIX, desde la República Restaurada hasta el porfiriato, ahora los gobiernos neoliberales (desde De la Madrid hasta Calderón) difunden la imagen mítica de una sociedad conformada por ciudadanos iguales, iguales ante el derecho y ante el Estado: nada más falso. (Durand Ponte; 2009:141).

     El hecho que en México haya aparecido una nueva cultura política, no implica que la antigua cultura política que apoyaba al régimen priista haya desaparecido. En este sentido, en México se nos va a presentar la existencia de dos tipos de cultura política distintas: una cultura política priista y una cultura política liberal. Dentro de la cultura política priista, vamos a encontrar a una parte de la población mexicana caracterizada principalmente por contar con niveles de escolaridad y urbanismos bajos, por ser de escasos recursos económicos, por ser una población menos informada y apática con los asuntos políticos, por un profundo sentimiento religioso y nacionalista, por proferir deferencia a la autoridad y por mostrar fidelidad partidista hacia el PRI. Por su parte la cultura política liberal va a concentrar, en su mayoría a la población mexicana caracterizada por altos niveles de escolaridad, se encuentra ubicados en las zonas urbanas principalmente, son de clase media o alta principalmente, secularizados, apartidistas, pragmática, defienden los conceptos de libertad, justicia y libertad económica y son nacionalista.

     La existencia de estas dos culturas políticas, no han pasado desapercibido en el actual sistema político mexicano. Actualmente el PRI es la principal fuerza política del país norteamericano, cuyos motivos son los mismos que lo mantuvieron en el poder durante más de setenta años: la cultura política de una parte de la población que los apoya y les da su voto en las elecciones. En cuanto a los demás partidos políticos, tenemos que a pesar de la aparición de una nueva cultura política, éstos no han logrado establecerse como una fuerza política capaz de congregar ante sí a la nueva clase social mexicana. Aunque en México haya aparecido una nueva clase social con una cultura política que no se identifica con las políticas del PRI ni con sus ideales, sin embargo, tampoco se identifican con los demás partidos políticos que hacen vida en México, lo que nos dice que, motivado por su naturaleza de clase social pragmática que responde más a los hechos concretos que a las promesas, por lo tanto, tenemos que los partidos políticos en México no han cumplido con las expectativas o al menos con lo que espera la nueva clase social en México. En este sentido, tomando en cuenta que hasta el momento ningún partido político, ni dirigente, ni gobernante ha logrado congregar ante sí a la nueva clase social en México, no dice que la nueva cultura política liberal carece de representatividad dentro del sistema político y que la nueva clase social en México no ha logrado formar una fuerza política capaz de materializar sus ideas desde el gobierno; no cuentan con partidos político, ni dirigentes, ni gobernantes. 

     Aunque la nueva clase social, haya sido exitosa en lograr un cambio político, no ha podido transformar el país ni lograr el desarrollo social y económico que ellos desean y esperan que hagan los gobernantes, y esto se debe a que no han logrado formar una fuerza política capaz de transformar el país desde el gobierno y llevar a cabo el desarrollo que ellos aspiran. La nueva clase social en México, logró vencer el autoritarismo y la hegemonía unipartidista del PRI impulsando un cambio político, este último fue el logro de unos nuevos ideales y de una nueva cultura política, sin embargo, esta nueva cultura política y estos nuevos ideales no han sido trasladados al gobierno ni han sido puesto en práctica por ningún partido político ni gobernante, lo que nos dice que el país que esperan y quiere construir esta nueva clase  social no se ha materializado, por lo tanto, el cambio político en México aún no se ha completado y solo se completará cuando la nueva clase social en México, logre formar una fuerza política capaz de materializar sus ideas desde el gobierno. Las causas del cambio político en México, obedece al ascenso de una nueva clase social con una nueva cultura política, que logró cambiar el sistema político mexicano, poner fin al autoritarismo y a la hegemonía unipartidista del PRI logrando una alternancia en el poder, sin embargo, sus ideas de una sociedad justa de ciudadanos iguales ante el derecho y el Estado, del respeto a las leyes, de autonomía de las instituciones, de libertades económicas y desarrollos individuales, ha sido un proceso en el que aunque se haya avanzado, no se ha completado.  


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Duarte Dávila, Juan Manuel (2002). La transición mexicana, el cambio político en el estado de Nuevo León. Tesis de doctorado en ciencias política. Director de tesis: Doctor Zidane Zeraoui El-awad. Universitat Autónoma de Barcelona.

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Valdés, María Eugenia (2000). La geografía del poder y las elecciones en México. Plaza y Valdés: México. 

martes, 28 de marzo de 2017

CULTURA POLÍTICA Y CAMBIO POLÍTICO EN MÉXICO (II)

La cultura política mexicana durante el régimen priista

     El primer estudio sobre la cultura política en México, lo encontramos en la obra de Almond y Verba “The Civic Culture”. En esta obra que data de los años 70, los autores van a definir a los mexicanos como “aspirantes a ciudadanos” en el sentido que, a pesar de tener las actitudes para ser partícipes en las políticas gubernamentales, sin embargo, las instituciones y los políticos no se los permitía  (Durand Ponte; 2009:129). Durante el periodo posrevolucionario, los mecanismo de control creados por el régimen, no solo limitaban la participación política sino además influyeron en el desarrollo de una apatía política y un abstencionismo dentro de la población, la cual se encontraba sin medios, ni instrumentos políticos para manifestar su descontento; para ellos las organizaciones política les resultaba algo “ajeno”, por lo que preferían dejar la política a los políticos (Duarte Moller y Jaramillo Cardona; 2009:158). Para la época posrevolucionario, los mexicanos mostraban actitudes de conformismo ante las políticas del régimen, lo que implicaba una actitud de abstención para participar, actuar o influir en la política; “Es el México impolítico, que para el régimen autoritario, a final de cuentas, está bajo control.” (Duarte Moller y Jaramillo Cardona; 2009:158). De esta manera, tenemos una actitud política de los ciudadanos,  que se caracterizaba por ser sumisa y apática y que expresaba un sentimiento de impotencia para generar los cambios deseados, “En este sentido, autores como Crespo (1996) asumen que la cultura política <<del mexicano>> se caracteriza por una disposición a la sumisión y resignación ante el poder, lo que genera un sentimiento de impotencia y apatía (abstencionismo).” (Ramos Lara; 2006:105). De esta manera, en The Civic Culture, nos podemos encontrar una despolitización presente entre los ciudadanos mexicanos, junto con bajos niveles informativos y un “incoherente” chauvinismo respecto al sistema político en el sentido que, a pesar que el régimen no satisfacía las necesidades de la población, sin embargo, los mexicanos mostraba, no solo respaldo y apoyo a este último,  sino además expresaban orgullo hacia el sistema político encabezado por el régimen priista (Ramos Lara; 2006:94).

     La cultura política de los mexicanos durante el régimen priista, era principalmente de súbditos y parroquial. En una cultura política de súbditos, los individuos a pesar que son conscientes de la existencia de un gobierno central y la respuestas a sus demandas, sin embargo, no sabe cómo influir en la toma de decisiones colectivas, lo cual conlleva a una participación cívica baja, estos individuos aunque poseen información sobre la estructura institucional del sistema político, no participan en el proceso de toma de decisiones ni en la formulación de demandas, y son pasivos frente a los mecanismos de reproducción del poder político, la cultura política de súbditos, presenta una ausencia de estímulos para participar políticamente e incidir en las decisiones gubernamentales. Mientras que la cultura política parroquial se caracteriza por a) un desconocimiento del entramado institucional del sistema político y sus funciones gubernamentales, b) permanecen al margen de la toma de decisiones publica, y c) desconocen los costos y beneficios de las políticas públicas; esto ocurre cuando las orientaciones políticas de los ciudadanos son vagas, constreñidas al espacio local, caracterizada por un bajo nivel de conocimiento del sistema en su conjunto, esta cultura política ocasiona una apatía y poca organización política. Estas características de una cultura política mayoritariamente de súbditos y parroquial, la podemos encontrar en los estudios de Scott S. Robinson (citado en: Ramos Lara; 2006:94), en donde afirma que cerca de un 65% de la población pertenecía a una cultura política de súbditos la cual congregaba, en su mayoría a la población mestiza y urbana y que a su vez demostraba cinismo, desconfianza, sumisión, esperaban todo del gobierno y evitaban las actividades políticas; mientras que 25% de la población poseía una cultura política parroquial, compuesta principalmente por indígenas y campesinos y se caracterizada por estar aislada, mal informada de las actividades gubernamentales, pasiva e ineficiente y esperaba poco o nada de las autoridades gubernamentales; tan solo un 10% de la población mostraban una cultura política participante la cual generaban las demandas y los apoyos y resultados políticos desde la cúspides; esta última estaba conformada por la burocracia gubernamental y el sector empresarial. Esta cultura política mayoritariamente de súbditos, permitía y favorecía la permanecía y desarrollo del régimen unipartidista que concentraba todo el poder en un solo partido político y en la figura presidencial como su máximo exponente (Ramos Lara; 2006:94). Una cultura política apática y con poca capacidad de movilización, garantizaba la supervivencia de los grupos que ostentaban el poder en México; “Esa cultura posibilitaba la aceptación del presidencialismo fuerte y de su capacidad de transgredir la ley o los derechos individuales en nombre de principios también tradicionales.” (Durand Ponte; 2004:49). Estos rasgos de sumisión y aceptación hacia la autoridad que formaron una cultura política de súbditos, tiene su origen en la misma formación de la sociedad mexicana. Desde la época prehispánica, en México se impuso un modelo de sumisión hacia la autoridad encarnada en figuras autoritarias como las del padre, del patrón, del maestro, del gobernante, del cura, a las cuales se les debía, no solo respecto y sumisión, sino que además su autoridad era sagrada e incuestionable (Durand Ponte; 2004:48). 

    Junto con las características de una cultura política de súbditos, la cultura política mexicana también desarrollaba rasgos autoritarios. Los sucesivos regímenes políticos que ha tenido México a lo largo de su historia, han tenido como una de sus principales características el autoritarismo, por lo tanto, es posible encontrarnos la existencia de rasgos autoritarios en la cultura política mexicana (Durand Ponte; 2004:14). Diverso estudios han demostrado la existencia de rasgos autoritarios en las actitudes políticas de los mexicanos, en el que se encontraron orientaciones autoritarias en niños, como consecuencia de la educación oficial del régimen (Sarsfield; 2007:154). Durante el régimen priista autoritario, se implantó un modelo de educación oficial,  orientada a reproducir el modelo autoritario; durante esta época  el pueblo estuvo bajo una educación autoritaria (Duarte Moller y Jaramillo Cardona; 2009:155). Durante el régimen priista, el sistema educativo en México producía y reproducía los valores de la ideología autoritaria. “A través de estos procesos, el pueblo de México fue haciendo suyos, a lo largo de décadas, los elementos de una cultura política autoritaria muy peculiar, de rasgos oligárquicos y populares de acuerdo con González Casanova (2002).” (Duarte Moller y Jaramillo Cardona; 2009:156).

     Los rasgos de intolerancia también estaban presentes en la cultura política mexicana durante el régimen priista. Las actitudes de intolerancia presenta en la sociedad mexicana, se presentan como una actitud de respeto hacia las personas que piensan diferente, siempre y cuando no intenten convencer a los demás y además deben obedecer a la mayoría (Durand Ponte (citado en Sarsfield; 2007:156). La intolerancia en México tiene sus orígenes en la época colonial, cuando a raíz del férreo control ejercido por la iglesia, no estaba permitido pensamiento religioso distinto ni secular, no se permitía entrada de inmigrantes de otras creencias, ni la disidencia religiosa, ni tampoco las ideas de los intelectuales; “Esta experiencia han llevado a una cultura política que admira los valores democráticos esenciales, como la participación ciudadana, pero al mismo tiempo favorece enérgicamente la intolerancia frente a los puntos de vista contrario.” (Ai Camp; 2000:32).  Aunque el régimen priista se separó de la iglesia, esta intolerancia permaneció en la cultura mexicana, por tal motivo la encontramos reflejada en su cultura política. Los rasgos de intolerancia, han formado parte de la historia política de México posterior a la independencia, e incluso ha habido afirmaciones en las que se expresa que la intolerancia en México no era algo deseado, motivado por la escasa experiencia para estimular el respeto hacia los puntos de vista diferentes (Ai Camp; 2000:32).

     La cultura política en el México posrevolucionario, iba acorde con la estructura política, lo que le daba estabilidad al sistema político y fue lo que permitió la larga hegemonía priista, por tal motivo el régimen autoritario permaneció por tanto tiempo en el poder. En el México del régimen priista, existía una población con valores autoritarios que expresaba poca motivación individual para la participación política, lo que no solo hacia posible la permanencia del autoritarismo en México, sino que además le daba una estabilidad envidiable para el contexto latinoamericano. (Peschard; SF:190). En el México de los años 70, la mayoría de la población aceptaba y apoyaba las políticas centralizadas del gobierno, aunque no participaba en organizaciones o movimientos sociales (Peschard; SF:190). Sin embargo, más que apoyar al régimen y sus políticas, más bien apoyaban lo que ellos representaban, que no es más sino los ideales revolucionarios que estuvieron presente en la revolución mexicana, de la cual surge el régimen priista. El régimen priista emerge de la revolución y se valió de la herencia de la lucha revolucionaria para permanecer en el poder; “En este régimen la cultura política juega un papel fundamental. Centrada en el nacionalismo revolucionario, en la creencia de que el movimiento armado de 1910 a 1917 creó un compromiso entre el Estado y el pueblo.” (Durand Ponte; 2009: 126). Los motivos que impulsaron la revolución mexicana y que llevaron a miles de mexicanos a una lucha armada, iban a ser trasladados a la figura del régimen y su presidente como máximos herederos de los ideales revolucionarios y como continuadores de la lucha revolucionaria; “La legitimidad de esas organizaciones y sus burocracias se basaba en la creencia de que eran los representantes del compromiso nacional revolucionario, que ante todo defendían los intereses de la nación, del Estado y de su presidente.” (Durand Ponte; 2009: 128). Los mexicanos veían en la figura del presidente, la herencia del pacto revolucionario y creían que éste representaba los interese de la nación y del pueblo en contra del imperialismo y de los burgueses (Durand Ponte; 2009: 128). Esta cultura política, se identifica con los ideales de la revolución mexicana, y veían en la figura del presidente la encarnación simbólica de la revolución y sus ideales, lo que implicaba que éste último podía estar por arriba de las instituciones (Durand Ponte; 2009: 130).  En este sentido, más que identificarse con los políticos, se identificaban con su sistema político, los seguían sí, pero no por lo que eran, sino por lo que representaban, que fue una lucha revolucionaria por lograr un tipo de sociedad.


     A partir de los años 80, la cultura política mexicana iba a comenzar a presentar una serie de cambios, en el que es posible observar el abandono progresivo de algunos rasgos característicos de la cultura política mexicana durante el régimen priista “Durante estos años, la cultura política mexicana se comporta según el patrón esperado de creciente secularidad y progresiva desaparición de los valores propios de las sociedades tradicionales.” (Sarsfield; 2007:150). Los valores autoritarios, el nacionalismo, el personalismo presidencial y el discurso revolucionario fueron elementos que empezaban a perder fuerza en el pensamiento de la mayoría de los mexicanos. A mediados de los ochenta con los cambios en la cultura política, iba aparecer un reclamo democrático en la población mexicana, lo que implicaría la puesta en duda del régimen autoritario. “Por otra parte la población ya no acepta ser representada por un solo partido político, ni tampoco espera graciosamente a que los dirigentes le definan el rumbo que la sociedad siga, ni la manera de ubicarse en el proceso de desarrollo de la misma.” (Peschard; SF:202). De esta manera, en México se produciría un periodo de cambio hacia el sistema político: “Nuevos actores políticos –movimientos sociales, organismos no gubernamentales y organizaciones civiles- fueron apareciendo en escena, y con ello nuevas formas de participación y de involucramiento con la política.” (Peschard; SF:192). 

lunes, 20 de marzo de 2017

CULTURA POLÍTICA Y CAMBIO POLÍTICO EN MÉXICO (I)

Causas de la hegemonía priista


     México inició el siglo XX con una revolución que significó todo un cambio político, económico y social, que buscaba transformar el Estado para lograr mayores oportunidades principalmente para las clases bajas de la sociedad. México se ha caracterizado a lo largo de su historia por una fuerte división social y clasista; “El prejuicio social se extendía también a la situación económica: los que estaban más abajo en la escala racial terminaban en la parte más baja de la escala económica.” (Ai Camp; 2000:41). Estas divisiones de clases, se hicieron significativas en la revolución mexicana, ya que este fue un movimiento encabezado por millares de campesinos, trabajadores mestizos oprimidos y algunos indios, quienes se unieron en un gran movimiento social en búsqueda de justicia social (Ai Camp; 2000:41). Sin embargo, a pesar que la revolución mexicana tuvo como objetivo la búsqueda de mejoras para los grupos bajos de la sociedad, en la época posrevolucionaria las distinciones de clases continuaron siendo nítidas, los grupos de ingresos bajos de igual manera iban a tener una representación escasa no solamente en las funciones políticas dirigentes, sino también iban a tener poca protección frente a los abusos de las autoridades gubernamentales y la ley no siempre los iba a tratar como iguales (Ai Camp; 2000:42).

     La revolución mexicana, fue un gran movimiento social que logró desplazar las estructuras de poder vigente y creo las bases para un nuevo Estado nacional con mayor integración social, cultural y económica (Gómez Tagle; 2000:18). Las huestes revolucionarias que se hicieron con el poder en 1917, implantaron una constitución de corte liberal que consagra la existencia de una república democrática (Duarte Moller y Jaramillo Cardona; 2009:152). De esta manera, el marco constitucional que se instaló en México, iba a seguir los ideales y espíritu de la revolución, que buscaba la existencia de un ejecutivo fuerte, capaz de garantizar el cumplimiento de la Carta Magna; sin embargo, en el México posrevolucionario nos encontramos ante un régimen autoritario en el que el ejecutivo avasalló al resto del sistema político y a la sociedad (Durand Ponte; 2004:41). A pesar que en México, se implantó una constitución republicana y federal que consagra las garantías y derechos individuales junto con las elecciones libre para los cargos públicos de presidente, diputados, legisladores y gobernadores, durante esta época, México se encontraba ante un régimen autoritario. Durante el régimen unipartidista posrevolucionario no existía un arraigo hacia los derechos individuales, ni tampoco del equilibrio de poderes, ni funcionamiento de la república, tampoco se le pedía cuentas al presidente, simplemente se aceptada su autoridad suprema (Durand Ponte; 2004:50). El régimen posrevolucionario, desarrolló todo un sistema institucional y normativo, formal e informal, encabezado por un presidencialismo todopoderoso, que dotó a los gobernantes de amplios recursos simbólicos, legales, políticos y económicos, que les permitía acumular todo el poder para sí mismo (Durand Ponte; 2010:68). La constitución sólo se cumplía hasta donde no pusiese en peligro la hegemonía del régimen (Duarte Moller y Jaramillo Cardona; 2009:153). En este sentido, tenemos que el sistema político que se consolidó en el México posrevolucionario, se caracterizó por ser un sistema unipartidista y presidencialista altamente centralizado.

     Con la revolución mexicana, se buscaba no solamente un estado de mayores oportunidades para los grupos más bajos de la sociedad, sino también se encontraba la aspiración de lograr el sufragio para acabar con la dictadura de Porfirio Díaz y así lograr una alternancia y pluralidad en el poder. Sin embargo, el régimen posrevolucionario logró desarrollar todo un aparato electoral junto con un sistema de partido que les permitió competir con mucha ventaja ante los partidos de oposición, lo que daba a su vez una falsa imagen de vida electoral democrática (Durand Ponte; 2004:48). Aunque pudo haber elecciones, éstas estaban planificadas y controladas para lograr la supremacía del régimen priista en el poder. El régimen posrevolucionario que se instaló en México, adoptó las características de un régimen autoritario en el que las elecciones fueron un mero ritual para legitimar al grupo en el poder (Duarte Moller y Jaramillo Cardona; 2009:153).  De esta manera, a raíz de sus frecuentes elecciones que legitimaban a sus gobiernos y que permitieron la hegemonía unipartidista del PRI durante más de 70 años, el sistema político mexicano fue caracterizado como “la dictadura perfecta” (Holzner; 2007: 70).

     El régimen posrevolucionario se mantuvo no solamente a través del control de las instituciones, sino también logró crear todo un aparato burocrático que les permitía controlar a la mayor parte de la población. Logró articular a las corporaciones sindicales o campesinas al partido oficial, lo que le permitió ejercer control no solamente sobre la pluralidad social, sino también sobre la representación popular junto con su movilización o acción colectiva independiente (Durand Ponte; 2004:48). De igual manera, iba a utilizar el corporativismo como herramienta para establecer el autoritarismo y controlar a la población. El corporativismo articulaba al conjunto de las organizaciones gremiales del país, y organizaba a la sociedad articulando las bases de los trabajadores de la industria o de los servicios públicos y privados, de los campesinos y propietario del campo, de los empresarios, de la clase política, y que con excepción de los empresarios, en los tres sectores que conforman el partido oficial, el popular, el obrero y el campesino (Durand Ponte; 2009:125). El nuevo régimen corporativo autoritario, conformó una espesa burocracia dentro de la “sociedad civil” que acaparó la representación de los ciudadanos frente al Estado (Durand Ponte; 2009:127).

     Durante la hegemonía priista, el régimen desarrolló un conjunto de políticas populistas que les permitió controlar y manipular a las masas, principalmente a los sectores marginales y de más bajos recursos de la sociedad mexicana. Las relaciones clientelares que habían sido sustento del sistema político mexicano, hacían de la pobreza uno de los elementos que favorecían el mantenimiento de la hegemonía del partido oficial (Eugenia Valdés y Gómez Tagle; 2000: 10). De esta manera, es posible observar como el régimen impulsó un modelo de desarrollo económico, caracterizado por grandes inversiones del Estado en proyectos económicos y de desarrollo social, que a su vez creó grandes lazos institucionales entre el Estado y los grupos sociales, fomentando así la idea que las acciones dirigidas por el Estado eran las mejores, por lo tanto, la figura del Estado y sus acciones iban a ser vistas como la mejor estrategia para resolver los problemas individuales y colectivos, exaltando la figura del Estado y creando un paternalismo en torno a éste (Holzner; 2007: 82). El gobierno lograba aceptar o nulificar las demandas de las clases populares y las incorporaba al discurso político populista, rehaciendo constantemente el compromiso de los gobiernos con los intereses populares y satisfaciéndolas materialmente, aunque sea de manera mínima y dentro de esquemas con frecuencia clientelares, que se sumaban a la existencia de una cultura política de masas tradicional y autoritaria, que dotó al régimen del apoyo de la mayoría de los mexicanos (Durand Ponte; 2010:68). Durante esta época, la participación política de grupos populares solamente se promovían cuando demostraban apoyo al régimen, en el que incluso se toleraban cuando el fin era conseguir apoyo material o financiero del gobierno, aunque no se toleraba ningún intento de reformar el sistema político el cual era reprimido violentamente (Holzner; 2007: 70).

     Durante más de setenta años, México vivió bajo un régimen unipartidista y presidencialista. En México se reprimía a la disidencia y manifestaciones públicas de rechazo al régimen. La población no podía manifestar públicamente sus demandas ciudadanas (masacre de aguas blancas), se reprimían a los estudiantes (represión estudiantil de 1968), el derecho y las libertades individuales no existían, se controlaban a los sindicatos (los sindicatos, controlados por el partido de gobierno, no estaban para representar y defender los derechos de los obreros, sino más bien para controlar a los trabajadores, promoviendo el chantaje), se reprimían a los sectores de la oposición; “La hegemonía fue alcanzada con habilidad política, con un diseño institucional eficiente para los fines de la dominación, pero también a sangre y fuego y, desde luego violentando las reglas del derecho.” (Durand Ponte; 2004:48). Sin embargo, más allá del fuerte control y represión ejercidos por el régimen posrevolucionario y de todas las políticas y gestiones aplicados para mantener su hegemonía, las causas de la hegemonía unipartidista del régimen priista, no se limitan al férreo control y represión ejercidos ni tampoco por el control de la sociedad.

     Las causas de la larga permanencia del régimen priista no se limitan al férreo control y represión ejercidos sobre la sociedad. Este tipo de controles ejercido sobre los ciudadanos, los encontramos en todas las sociedades. No hay sociedad que no ejerza fuertes medidas de control sobre sus ciudadanos. Todas las sociedades necesitan un férreo control sobre sus ciudadanos para poder funcionar, tener estabilidad y mantener el orden establecidos. Por lo tanto, ninguna sociedad puede sobrevivir sin la imposición de las leyes, valores y modos de comportamiento, ni tampoco sin tener un poder político capaz de utilizar la fuerza y la represión cuando los ciudadanos por sí solo no obedezcan la ley, ni a los valores y modos de comportamiento impuestos necesarios para conservar el orden; el poder político utiliza la fuerza y la represión para preservar el orden y la estabilidad política y social. En este sentido,  las medidas y políticas aplicadas por el régimen priista, aunque pudieran obedecer a distintos motivos, sin embargo, lograban conservar el orden y la estabilidad dentro de la sociedad mexicana.

     Durante el régimen priista unipartidista y autoritario, existía una estabilidad política, que legitimaba no solo su permanencia en el poder, sino también las políticas y medidas aplicadas; “En el contexto de una continuidad institucional que en aquel entonces parecía envidiable a los ojos de los demás países latinoamericanos, esta combinación permitía que el sistema autoritario en México se reclamara legítimo.” (Peschard; SF:190). El poder político en una sociedad, es el único poder legitimado para emplear la fuerza y la represión sobre los individuos, sin embargo, esta legitimidad descansa en los mismos individuos (al menos en la gran mayoría de ellos), ya que al estar sometido ante un régimen al que no consideran legítimo, se originaria un estado de inestabilidad política y social. En este sentido, si el régimen priista se mantuvo solamente por las medidas represivas y de control, ha de suponerse la existencia de tensiones e inestabilidad política y social, algo que no ocurría en México, porque aunque pudieron existir movimiento y reclamos en contra del gobierno, la hegemonía priista en México contaba con una estabilidad política envidiable en el continente. En México pudieron haber existidos tensiones y conflictos, pero nunca hubo un estado de crisis política especial, ni tampoco el régimen priista experimentó algún peligro real; “En el periodo desde 1929 hasta 2000 muy pocos movimientos sociales, si acaso hubo algunos, contaron con la simpatía de la mayoría de la población.” (Durand Ponte; 2004:49). Por lo tanto, tenemos que el régimen autoritario no se desplomo por una crisis de legitimidad, porque a pesar de las crisis política y económica, el PRI seguía manteniendo la mayoría de las votaciones, hasta nuestros días: “Es verdad que se fueron debilitando, que el partido oficial perdía terreno, pero hasta la elección de 2000 siempre obtuvo más del 50% de los votos válidos.” (Durand Ponte; 2004:38). A pesar de que México vivió bajo un régimen autoritario, y que además no distribuía de manera equitativa el desarrollo económico en toda la población, sin embargo, existía una estabilidad política conocida como la “paz del PRI”:

           Sin embargo, y a pesar de ser un fenómeno generalizable, no deja de sorprender que el régimen autoritario como el que privó en México hasta el año 2000 contara con una legitimidad tan amplia, al menos hasta 1988, especialmente cuando los sectores de la población que más apoyaban al gobierno y al partido oficial, el PRI, eran los más perjudicados en sus intereses económicos y políticos (Durand Ponte; 2004:38).

     Aunque las políticas aplicadas por el régimen priista puedan ser consideradas por muchos como hostiles y que van en detrimento de los individuos, sin embargo, la mayoría de los mexicanos pensaban distinto; “A diferencia de otros pueblos que viven o vivieron bajo regímenes autoritarios y tuvieron una clara conciencia de ello, en México la mayoría de los ciudadanos no tenían la capacidad de ver la naturaleza de su régimen o tienen una imagen diferente.” (Durand Ponte; 2010:71). En México existía un régimen que restringía los espacios de participación democrática y aunque los mexicanos reconocían las dificultades para influir en la toma de decisiones política, sin embargo, daban su respaldo al sistema no tanto a nivel de políticas particulares, sino más bien a través de consensos pasivos hacia el régimen (Peschard; SF:190). De esta manera, el régimen priista no solamente se mantuvo como la única fuerza hegemónica durante más de setenta años, sino que además hoy día permanece como la principal fuerza política del país norteamericano:

           El caso mexicano es típico, el PRI sobrevivió, mantuvo sus privilegios, es en el plano nacional la fuerza que controla el mayor número de posiciones de poder —sea en el Legislativo o en los gobiernos estatales y municipales— y sus prácticas autoritarias se reproducen aún en gran parte del territorio. (Durand Ponte; 2007: 160).

     Más allá del control de las instituciones y de los sectores de la sociedad junto con la represión ejercida por el régimen priista, tenemos a una sociedad que no solamente se comportaba de manera pasiva ante las política del régimen, sino que además aceptaba y en su mayoría brindaba apoyo al régimen, lo que le daba a este último estabilidad y legitimidad, que a su vez permitió afianzarse en el poder durante más de setenta años. Sin embargo ¿cuál es la naturaleza de esta pasividad, aceptación y apoyo que mostraban la mayoría de los mexicanos ante las medidas y políticas aplicadas por el régimen priista?

     La legitimidad y estabilidad con la que contó el régimen priista obedece a razones estructurales, que la encontramos en la cultura política de sus ciudadanos. La cultura política de los ciudadanos, es la que legitima o no las políticas y medidas de cualquier régimen, es la que genera estabilidad o no ante cualquier medida de represión ejercida o ley aplicada, es la que acepta o no la imposición de ciertas leyes y régimen, es la única que puede generar un estado de conflicto y confrontación que conlleve a un cambio de políticas, es la que puede generar revoluciones y cambios de gobierno. La cultura política, es la que asegura a través de la aceptación, apoyo o pasividad la permanencia o no de un régimen político. Cuando una cultura política se adapta o identifica con el régimen vigente, se origina un estado de estabilidad política, en la que el régimen asegura hasta cierto punto su permanencia; “La bibliografía politológica señala que cuando la cultura política dominante se ajusta a las necesidades del sistema institucional, se asegura en mayor medida la continuidad de dicho sistema.” (Martín Puig; 2012:868). Este fue el caso mexicano durante la hegemonía priista, en donde encontramos una cultura política que resultaba idónea para la permanencia del régimen en el poder; “Esa cultura posibilitaba la aceptación del presidencialismo fuerte y de su capacidad de transgredir la ley o los derechos individuales en nombre de principios también tradicionales.” (Durand Ponte; 2004:49).  La cultura política de los años sesenta y setenta en México, iba acorde con la manera en el que funcionaba la estructura política, lo que le daba estabilidad al sistema político y fue lo que permitió la hegemonía priista, por tal motivo el régimen autoritario permaneció por tanto tiempo en el poder: 

           El modelo de The Civic Culture sirvió para el estudio de Robert Scott en el que pretendía explicar, a través del análisis de los patrones de operación de la política mexicana, de qué manera valores y creencia muy arraigados en México explican la estabilidad del sistema político. Dicho de otra manera, los patrones culturales vigentes en ese entonces eran determinantes para el funcionamiento y la permanencia de las estructuras políticas del país. (Peschard; SF: 190).


viernes, 17 de febrero de 2017

CULTURA POLÍTICA: IDEAS, ACTITUDES, ORIENTACIONES Y SIGNIFICADOS

    Los individuos que componen una sociedad, suelen compartir determinados patrones de conductas. De esta manera, encontramos distintos patrones conductuales que se encuentran fragmentados hacia determinados grupos dentro de la sociedad. Este mismo tipo de fragmentación conductual, lo observamos en la política. Es decir, en las sociedades nos podemos encontrar a grupos de individuos que siguen unas mismas pautas conductuales con respecto a la política. En este sentido, es posible encontrarnos dentro de las sociedades, a grupos de individuos que adoptan y expresan determinadas ideas, pensamientos, actitudes y comportamientos hacia la política. Este conjunto de ideas, actitudes y comportamientos es definido como la cultura política de una sociedad; “La cultura política es, por tanto, el atributo de un conjunto de ciudadanos que siguen una misma pauta de orientación o actitudes ante la política.” (Vallé; 2007:264). Por lo tanto, así como la cultura de una sociedad, entendida como el conjunto de conocimientos, creencias, valores, normas, tradiciones, mitos, rituales y costumbres, es determinante en el comportamiento social de los individuos, de igual manera, la cultura política entendida como el conjunto de conocimientos, creencias, valores, normas, tradiciones, mitos, rituales y costumbres compartidas por los miembros de una sociedad o grupo social hacia la política, es determinante en el comportamiento de los individuos hacia la política (Duarte Moller y Jaramillo Cardona; 2009:147).

     Almond y Verba (SF:180), nos define  la cultura política de una sociedad, como el conjunto de orientaciones y posturas que adoptan los individuos hacia el sistema político y sus elementos, así como también las aptitudes relacionadas a las funciones que cumple el individuo dentro de dicho sistema. De esta manera, vamos a tener distintas pautas de orientación individual hacia los elementos que forman parte del sistema político de una sociedad.  Almond y Verba (Ibídem), no solamente nos van a definir la cultura política de una nación como la particular distribución entre sus miembros de las pautas de orientación hacia los objetos políticos, sino también van a definir y especificar tanto los modos de orientación política, así como las clases de objetos políticos. Entre las orientaciones políticas, tenemos orientaciones cognitivas, afectivas y evaluativas;  las primeras se refieren a los conocimientos y creencias acerca del sistema político y sus incumbentes; por su parte las afectivas hacen referencias a los sentimientos acerca del sistema político, sus funciones y logros; mientras que en las orientaciones evaluativas tenemos los juicios y opiniones sobre los objetos políticos. Entre los objetos de orientación política, Almond y Verba (Ibídem) nos mencionan, primeramente las orientaciones hacia los objetos del sistema político, en donde tenemos sentimientos como el patriotismo o el desprecio por lo propio, las valoraciones de una nación como grande, pequeña, fuerte o débil, así como también la valoración del sistema político como democrático, constitucional o socialista. De igual manera, nos mencionan las orientaciones hacia uno mismo como elemento político activo y el sentido de competencia personal confrontado con el sistema político. Mientras que, en los referente a los elementos que componen un sistema político, los mismos autores (Op. Cit:181) nos presenta tres amplias categorías de objetos: 1) roles o estructuras específicas, tales como cuerpos legislativos, ejecutivos o burocráticos; 2) titulares de dichos roles, como lo son monarcas, legisladores y funcionarios, y 3) principios de gobierno, decisiones o imposiciones de decisiones públicas y específicas. Estas estructuras pueden clasificarse, tomando en cuenta si pertenecen o no, al proceso político o al proceso administrativo: Por proceso político entendemos la corriente de demandas que va de la sociedad al sistema político y la conversión de dichas demandas en principios gubernativos de autoridad. Entre las estructuras que pertenecen al sistema político, tenemos los partidos políticos, los grupos de intereses y los medios de comunicación, por su parte los procesos administrativos son aquellos aplicados o impuestos por los principios de autoridad del gobierno. Las estructuras predominantemente implicadas en este proceso incluirían las burocracias y los tribunales de justicia (Op. Cit: 181). En este sentido, según Almond y Verba (Op. Cit:182), la orientación política de un individuo puede ser comprobada sistemáticamente si analizamos los siguientes extremos: ¿Qué conocimientos posee de su nación y de su sistema político en términos generales, de su historia, situación, potencia, características «constitucionales» y otros temas semejantes? ¿Cuáles son sus sentimientos hacia estas características? ¿Cuáles son sus opiniones y juicios, más o menos meditados sobre ellas? ¿Qué conocimientos posee de las estructuras y roles de las diferentes élites políticas y de los principios de gobierno implicados en la corriente superior de la función política activa? ¿Cuáles son sus sentimientos y opiniones sobre estas estructuras, los dirigentes políticos y los programas de gobierno? ¿Qué conocimientos tiene de la corriente inferior de la imposición política, de las estructuras, individuos y decisiones implicados en estos procesos? ¿Cuáles son sus sentimientos y opiniones sobre ellos? ¿Cómo se considera a sí mismo en cuanto miembro de su sistema político? ¿Qué conocimiento tiene de sus derechos, facultades, obligaciones y de la estrategia a seguir para tener acceso a la influencia política? ¿Qué piensa acerca de sus posibilidades? ¿Qué normas de participación o de ejecución reconoce y emplea al formular juicios políticos u opiniones?

     Dependiendo de los distintos tipos de orientaciones políticas que observemos entre los individuos, vamos a tener distintos tipos de cultura política. Eleazar Ramos Lara (2006:33), no presenta varios tipos de cultura política, en el que tenemos primeramente, el concepto de “cultura política parroquial” caracterizada por a) un desconocimiento del entramado institucional del sistema político y sus funciones gubernamentales, b) permanecen al margen de la toma de decisiones publica, y c) desconocen los costos y beneficios de las políticas públicas; esto ocurre cuando las orientaciones políticas de los ciudadanos son vagas, constreñidas al espacio local, caracterizada por un bajo nivel de conocimiento del sistema en su conjunto. Mientras que cuando los individuo son conscientes de la existencia de un gobierno central y la respuestas a sus demandas, aunque sin embargo, no sabe cómo influir en la toma de decisiones colectivas, lo cual conlleva a una participación cívica baja, es entonces cuando tenemos una “cultura política subordinada o de súbditos”, es decir cuando los ciudadanos poseen información sobre la estructura institucional del sistema político aunque no participan en el proceso de toma de decisiones ni en la formulación de demandas, además de ser pasivos frente a los mecanismos de reproducción del poder político y presentar un fuerte abstencionismo en los procesos electorales; son conscientes de los beneficios de las políticas públicas, sin embargo, los esperan de forma paternal o providencial (Ibidem). De igual manera, tenemos el término de “cultura política cívica o participante”, que son aquellos ciudadanos que se distingues por conocer perfectamente cómo opera el sistema político, sus respuestas y además saben cómo organizarse y participar activamente para incidir en las políticas aplicadas por el Estado; aquí los ciudadanos no solamente poseen información sobre la estructura institucional del sistema político, sino también,  se involucran y participan activamente en el proceso de formulación de demandas y en la toma de decisiones y forman parte de los mecanismos de reproducción del poder político, acuden a las urnas en los procesos electorales y son conscientes de los beneficios de las políticas públicas, los cuales coadyuvan a obtener de manera activa (Oc. Cit. 34). De esta manera, podemos asociar estos distintos tipos de cultura política con sus respectivos régimen políticos, así por ejemplo tenemos que la “cultura política subordinada o de súbdito” la identificamos con los regímenes autoritarios, mientras que la “cultura política cívica o participante”, la tenemos como condición y soporte de los regímenes democráticos, sin embargo, debemos aclarar que no siempre podemos esperar estas combinaciones y de igual manera es posible tener combinaciones, como por ejemplo “subordinada-participante” o “parroquial-participante” etc. (Ibídem). En este sentido, tenemos que aquellos elementos que forman parte de una cultura política, lo vamos a encontrar reflejados en las distintas manifestaciones y participación de los ciudadanos hacia la política: “En términos generales, el conjunto de elementos cognoscitivos y valorativos que determinan el perfil de la cultura política se ve reflejado de manera directa en las modalidades de la participación ciudadana y en la percepción que ésta tiene sobre la política.” (Gutiérrez; 2007:64).

     La cultura política de una sociedad, no siempre coincide con el régimen político. Pueden existir casos en el que una determinada cultura política, pueda expresar determinadas ideas acerca de cómo debe funcionar el sistema político, que sin embargo, no son compartidas ni manifestadas por el régimen político de esa sociedad ni por el funcionamiento de la estructura. En estos casos, nos encontramos ante un estado latente de inestabilidad política y social, que puede generar desde protestas, cambio de régimen político, revoluciones y hasta guerras civiles. Estos casos suceden principalmente cuando tenemos una cultura política mixta, que es, en donde vamos a encontrar esta tendencia a la inestabilidad (Almond y Verba; SF:187). En una sociedad, es posible encontrarnos con diferentes ideas y pensamientos acerca de cómo debe funcionar la política y sus elementos que no siempre coinciden entre sí, es así como vamos a tener distintos tipo de cultura política dentro de una misma sociedad;  “Ahora bien, en una sociedad compleja no existe una cultura política homogénea, sino que se dan en su interior un conjunto de subculturas políticas que dan origen a comportamientos políticos diferenciados.” (Bobbio. Citado en: Duarte Moller y Jaramillo Cardona; 2009:148). En este sentido, al tener una cultura política mixta, en donde vamos a tener distintos tipos de ideas, creencias y aptitudes de los individuos hacia la política y sus funciones y que a su vez pueden ser antagónicas, con lo cual se puede llegar a un estado de confrontación o guerras civiles por cambiar el sistema político hacia estas ideas y creencias acerca de cómo debe funcionar el sistema político. Aunque de igual manera, podemos mencionar que una cultura política que no coincida con el tipo de régimen, puede estabilizarse para después llegar a coincidir con el régimen político o por el contrario, puede darse el caso que la cultura política, influya en el cambio de régimen político; 

           El proceso evolutivo de una cultura política puede estabilizarse en un punto concreto antes de llegar a la congruencia, con una estructura autoritaria centralizada u otra democrática; o bien el desarrollo puede tomar una dirección parecida a la de Inglaterra, donde una pauta continua y lenta de evolución cultural fue acompañada por continuos cambios correspondientes en la estructura. (Almond y Verba; SF: 187). 

     El hecho que, la cultura política de una sociedad no coincida con el régimen político, nos dice que no existe una continuidad entre cultura política y régimen político, ni tampoco con el funcionamiento de la estructura política; es decir la cultura política no crea ni al régimen político, ni a la estructura política que es donde descansa este último. La estructura política es creada por una cultura, pero no por la cultura política de sus ciudadanos, sino más bien por la cultura de los grupos que detentan el poder, la cual no necesariamente tiene que coincidir con la cultura política de los ciudadanos; las normas, leyes, constituciones, ideologías, formas de gobierno, gestión gubernamental, distribución de los recursos, aplicación de la ley y demás elementos que forman parte del sistema político, funciona y está determinado por la ideas, pensamientos, creencias y conocimientos de aquellos individuos que detentan el poder. La cultura política de una sociedad pertenece a un conjunto más amplio, que es la del conjunto de ideas, pensamientos, creencias, aptitudes y modos de comportamiento que son producidos por una sociedad. Todo ese conjunto de pensamientos, ideas, creencias, aptitudes y comportamientos que adoptan los individuos hacia la política, forman parte de un sistema de relaciones que les da vida y sentido; “En cualquier caso, conductas, ideas y valores relacionados con los procesos electorales que ahora tan poderosamente llaman nuestra atención, son sólo parte de un universo mucho más comprensivo y en buena medida explicable desde este conjunto mayor.” (Krotz; 1999:12). En este sentido, la cultura política de una sociedad no va funcionar de manera aislada ni autónoma, sino más bien cada una de sus expresiones, son una parte de todo el conjunto de pensamientos, ideas, creencias, aptitudes y comportamientos que son producidos por una sociedad. En este sentido, tenemos que todas las ideas, creencias, pensamientos, aptitudes y comportamientos que adoptan los individuos hacia la política, son producidos por el mismo sistema que ha producido las ideas, creencias, aptitudes y comportamientos que adoptan los individuos de una sociedad. La cultura política es una de las diversas culturas que produce una sociedad, es decir uno de los tantos modos de comportamientos, ideas, creencias, pensamientos, aptitudes y costumbres que produce una sociedad e impone a sus individuos:

 La cultura política de cualquier sociedad es en parte producto de su cultura general. La cultura incorpora todas las influencias –históricas, religiosas, étnicas, políticas- que afectan los valores y las actitudes de una sociedad. La cultura política es un microcosmos de la cultura mayor, con su foco puesto específicamente en los valores y las actitudes relacionado con la posición y el comportamiento político de cada individuo. (Ai Camp; 2000:78).


     La cultura política va a funcionar igual a como funciona la cultura de una sociedad, es decir como un conjunto de sistemas simbólicos, en la cual la cultura política va a ser uno de esos sistemas. Todo el conjunto de ideas, valores, estilos de vida, pensamientos, costumbres, creencias, tradiciones, identidades, hábitos y modos de comportamiento que observamos en una sociedad, no son más sino un conjunto de sistema simbólicos creados por los mecanismos inconscientes de la mente humana que en conjunto forman la cultura de una sociedad. Detrás de estos sistemas simbólicos, encontramos estructuras de oposiciones binarias, las cuales sirven de base para la formación de sistemas de significados que van a ser expresados a través de signos y símbolos, formando así los sistemas simbólicos. Los pensamientos, ideas, creencias, aptitudes y comportamientos que van a adoptar los individuos hacia la política, así como también los elementos que forman parte del sistema político (incluyendo el mismo sistema político), son producto de estas estructuras de oposiciones binarias y de los sistemas de significados; “De esta forma, la actividad política está –como el resto de la actividad humana- coordinada por la significación, por la emisión de símbolos que pueden ser descodificados (Ramos Lara; 2006:43). Por lo tanto, la cultura política más allá de ser un conjunto de ideas, actitudes y orientaciones, se encuentra definida por los significados sociales a ellos asociados. Estos significados no va a ser universales, sino más bien van a ser particulares en el sentido que cada cultura va a seleccionar los significados que van a adoptar los individuos hacia la política; en las sociedades encontramos distintos significados hacia los elementos del sistema político, por lo tanto, encontramos distintas actitudes y pensamientos hacia la política, e incluso dentro de una misma sociedad, encontramos distintos pensamientos y actitudes entre los grupos hacia la estructura política y sus elementos porque existen distintos significados; “…de manera que esos significados tienen sólo las connotaciones que ese grupo humano particular les da, pudiendo ser parecido a los otros grupos, pero difícilmente todos los significados iguales en su compleja totalidad.” (Ramos Lara; 2006:54). En este sentido, tenemos que detrás de todo ese conjunto de ideas, pensamientos, creencias, actitudes y comportamientos que adoptan los individuos que forman parte de una sociedad hacia los elementos del sistema políticos, así como también de toda manifestación política, todo movimiento político, revoluciones, lideres, ideología, orientación política hacia partidos o candidatos, etc.; tenemos la existencia de significados: 
                
                 En este sentido, es como un esquema que transmite significaciones materializadas en símbolos y signos de una generación a otra; esto es, un sistema de modelos que se heredan y expresan a través de formas simbólicas con las cuales los actores sociales se comunican, perpetúa y adquieren sus conocimientos y actitudes frente a la política. (Castro Domingo; 2011:242).
               

     Las estructuras de oposiciones binarias, así como el sistema simbólico que crea la cultura política y al sistema político y sus elementos, permanece inconsciente a los individuos. Sin embargo, sí pueden adquirir consciencia de los significados. Estos significados son los que van a determinar y guiar el comportamiento y la conducta de todos los individuos que forman parte de una cultura y sociedad; detrás de toda acción individual de los seres humanos existe un significado, por lo tanto detrás de toda expresión y manifestación política existe un significado que determina por qué se hace tal o cual cosa; “De esta forma, la actividad política está –como el resto de la actividad humana- coordinada por la significación, por la emisión de símbolos que pueden ser descodificados.” (Ramos Lara; 2006:43). Los sistemas simbólicos son los que van a determinar toda conducta humana ya que son ellos los que le dan significado, no solamente a toda acción y expresión humana, sino también a todos los elementos que forman parte de la sociedad incluyendo los elementos del sistema político: 
                
                  En este sentido, el enfoque interpretativo recurre a dos ejes de análisis: el sentido y el significado intersubjetivos que la acción social tiene para sus protagonistas; por eso su principio de partida es: tras lo visible de las acciones sociales yacen dispositivos de significados simbólicos que otorgan sentido y –por ende- controlan la conducta de los seres humanos. (Ramos Lara; 2006:44).

     Los individuos siguen determinadas idea y adoptan patrones de comportamiento y aptitudes hacia el sistema político, porque detrás esa acción hay un significado. En este sentido, al interpretar los significados que se encuentran detrás de toda acción y expresión política de los individuos, podemos comprender el comportamiento, las ideas, pensamiento y actitudes hacia el sistema político por parte de las personas, al igual que las inclinaciones hacia un determinado régimen político (democracia, dictadura, monarquía, etc.), inclinaciones hacia determinada ideología política, partido político o candidato, así como también podemos comprender los movimientos políticos, revoluciones, guerras civiles (originadas por el control político). Sin embargo, aunque los individuos sean conscientes de los significados, estos no son manifestados de manera evidente, por lo que es necesario realizar una labor interpretativa para así poder revelar cuáles. Esta interpretación, debe hacerse desde las mismas personas, es decir, interpretar desde sus mismos testimonios, los motivos por el que se inclinan o adoptan determinadas ideas, conducta o actitudes hacia el sistema político, es decir, de la propia interpretación que las personas hacen de su propia conducta, para lo cual debemos interactuar e interrelacionarnos con las mismas personas:

Dicho en otros términos, para todo acercamiento hermenéutico del mundo social, el análisis consiste en desentrañar las estructuras de significación y en determinar su campo social de acción y su alcance, sin olvidar que el investigador extrae la <<subjetividad>> de los actores mediantes recursos dialógicos fundados en la descripción y explicación que los actores ofrecen de sus propias acciones en su propia vida social, lo que nos lleva a reconocer que nuestros <<datos>> de análisis son realmente interpretaciones de interpretaciones de otras personas sobre lo que ellas piensan, creen y sienten. (Ramos Lara; 2006: 48).


     El estudio de la cultura política, nos puede revelar el origen y naturaleza de las ideas, creencias, pensamientos, orientaciones e inclinaciones de los ciudadanos hacia la política y sus elementos. Por lo tanto, estaríamos en condiciones de comprender las distintas aptitudes y comportamientos de los individuos hacia los movimientos políticos, regímenes políticos, ideologías políticas, revoluciones, guerras civiles, permanencia o no de un régimen político, líderes políticos, partidos políticos y de todo fenómeno político de una sociedad. Detrás de todo fenómeno político, existe una cultura política que lo legitima y le da vida. Aunque las revoluciones, líderes políticos, guerras civiles, régimen, ideología política, etc., no sean creados por la cultura política de una sociedad,  sin embargo, son los ciudadanos las que las legitiman y les dan vida: para que exista una guerra civil tiene que haber individuos dispuestos a luchar en dicha contienda, y los motivos que los impulsa a participar en tal acción, se encuentra en la cultura política, lo mismo ocurre con los líderes políticos, revoluciones, ideología política, etc. En este sentido, el estudio de la cultura política sólo nos puede revelar el origen y naturaleza  de las orientaciones, aptitudes y comportamientos de los individuos hacia el sistema político. Lo fenómenos político, (regímenes político, ideologías, partidos políticos, revoluciones, guerras civiles, movimientos político, etc.), son creados y dirigidos por aquellos grupos que detentan el poder, el cual representa un grupo entre los tanto que encontramos en la sociedad, que sin embargo, llegan al poder por ser dueños de determinados recursos, cuyos recursos les permite situarse en determinadas posiciones dentro de la sociedad cuyas posiciones les permite acceder al poder.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICA

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